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Campesinos del Alto Catatumbo: territorialidades, identidades y conflictos.

Las siguientes anotaciones de terreno, aspiran a comunicar etnográficamente las interacciones de los investigadores del Instituto de Estudios Interculturales en su trabajo de relacionamiento con las comunidades del Catatumbo y otros territorios, de ninguna manera pueden tomarse como conclusivas, sino más bien como las experiencias sensibles que se desprenden de los recorridos por los territorios de nuestra profunda geografía nacional.

En esta ocasión se presentan las luchas de los campesinos por (re)definir sus territorialidades, por lograr el reconocimiento fáctico de sus identidades y por hacerlas resilientes a conflictividades que proliferan en sus territorios.

Delimitando y ordenando el territorio campesino

En motos[1] vinimos al monte. En ellas ascendimos los 500 metros y transitamos la mitad de los 34 kilómetros que separan al municipio de Ábrego de la Vereda La Sierra, en el departamento de Norte de Santander. Estamos en la zona alta del Catatumbo de Colombia, subregión que pisamos con fundado recelo algunos a quienes nos estremecen los relatos y las noticias poco halagüeñas[2] que, en el transcurso de los últimos años, han tenido como epicentro estas montañas que se entreveran en el horizonte. Dicen que es tierra de relámpagos, pero en esta mañana soleada de noviembre fue imposible presentirlos mientras avanzamos por trochas[3] que, al desparramarse sobre la discontinua topografía del terreno, delinean las curvas, pendientes, las cuestas y precipicios, que estos pilotos campesinos transitaron hábilmente a la máxima velocidad que pudieron. Al tiempo trataban de sostener una conversación introductoria con aterrados investigadores a quienes trajeron de parrilleros, sin consideración alguna de sus nervios prontos y de sus culos citadinos, seguramente magullados por este trajín de fricciones, de saltos, de movimientos abruptos del que cuesta recuperarse.

Fuimos recibidos en la escuela rural de la vereda por el presidente de la JAC de La Sierra, un hombre de contextura magra, sonrisa perenne y un bigote menudo que alcanzaba a ungirlo con aires de aplomo y seriedad. Nos dio la bienvenida y sirvió a cada miembro del equipo, en un plato de plástico, arepas ocañeras[4], varias tajadas de plátano y un pedazo de queso fresco; de bebida una taza de café negro. Todo lo hizo su compañera, contratada para trabajar cocinando los alimentos durante los dos días de actividades. Comemos con mucho agrado. Empezamos a prepararnos para la tercera jornada[5] de actividades de esta campaña en la que debemos, con cada una de tres organizaciones[6] campesinas: desarrollar una exposición magistral y participativa sobre los derechos del campesinado, delimitar cartográficamente junto a los asistentes una propuesta de Zona de Reserva Campesina (ZRC) o Territorio Campesino Agroalimentario (TECAM), y aplicar tres instrumentos investigativos encaminados a recoger datos para fundamentar lecturas sobre el ordenamiento territorial, la cultura campesina local y los conflictos que se experimentan en la zona.

Verificamos el lugar donde se desarrollarían las actividades. Es un salón rectangular hecho con paredes altas de adobo que soportan un techo triangular construido con vigas de madera y esterillas de finas guaduas. Tres ventanales de dos alas están cerrados en la pared lateral exterior del recinto, mientras un grupo de estudiantes bulliciosos juega parqués sobre una mesa dispuesta frente al altar mayor que en su centro ostenta la estatua de San Isidro Labrador. A su derecha está una Virgen del Carmen de una cuarta parte del tamaño del Santo. Se trata de la capilla de la vereda, contigua a los salones de la escuela, recinto donde probablemente escuchan la misa y toman la comunión los campesinos cuando un domingo cualquiera algún cura itinerante se atreve a venir por estas trochas para traerles algunas raciones del cuerpo y de la sangre de Cristo.

Los Campesinos de ASUNCAT[7] siguen desayunando a medida que arriban, graneados. Unos cuarenta minutos después ya han terminado y se encuentran sentados con miradas expectantes el inicio del taller en el que debemos explicarles los derechos del campesinado y ahondar en la exposición de las características y definiciones de una ZRC. Parecen muy interesados, se muestran absortos en la narrativa que expone las ventajas y garantías que puede ofrecer la constitución de esta zona de reserva.

La exposición ha terminado luego de poco más de una hora y treinta minutos. Las manos de campesinos y campesinas ahora han sido convocadas a ordenar el territorio: esta vez se mueven con destreza sobre la superficie de un mapa dispuesto en la pared. En él pueden verse los municipios, corregimientos y veredas contiguas a La Sierra. Hablan, llegan a acuerdos entre sí, marcan en el mapa las veredas que consideran deben hacer parte de la zona de reserva que están delimitando[8]. La ZRC queda finalmente delimitada y es bautizada con el nombre de “ZRC Paz y Unión Campesina del Catatumbo”; ahora el ejercicio consiste en pasarla “en limpio” al Sistema de Información Geográfica para que pueda ser apreciada por primera vez en toda su extensión espacial. La figura territorial finalmente es proyectada en la pared polvorienta de la capilla, todas las miradas se han posado en ella; en las caras del equipo de trabajo satisfacción, en los rostros campesinos ensueños de gobernanza y preservación del territorio.

El día anterior, el 8 de noviembre del 2023, iniciamos este periplo de trabajo en Ocaña a donde viajamos desde Cali, pasando por Bucaramanga. Allí fuimos recibidos por los campesinos del Comité de Integración Social del Catatumbo (CISCA). En una jornada de un día de trabajo desarrollamos un ejercicio análogo al de la vereda La Sierra, con la diferencia que en aquella oportunidad se trataba de delimitar varios Territorios Campesinos Agroalimentarios (TECAM) y no una ZRC[9]. Este ejercicio también condujo a una adecuada delimitación territorial[10] posterior a la explicación del concepto, de las ventajas y desventajas de adoptar esta territorialidad.

Ahora, dos días después, cuando los campesinos de ASUNCAT tratan de definir con dificultades por qué se consideran campesinos y qué es lo que los diferencia de otros sujetos colectivos en el país, recordamos al participante del CISCA de la jornada de antes de ayer, quien vistiendo con ropa de diseñador y portando un reloj de alta gama, nos extendió su mano fuerte y áspera, y en el taller participó desde el conocimiento de las labores del campo, de la cultura, de los cultivos y de la comercialización de productos agropecuarios, de los que muy fácilmente podía deducirse su identidad campesina. Pero, ¿cuál es? Y ¿cómo está conformada la identidad de los campesinos del Alto Catatumbo?

Identidades que aspiran al reconocimiento

Quizás no sean propiamente dificultades estos tropiezos discursivos que están teniendo campesinos y campesinas en cada taller para decir lo que son y cuáles son sus peculiaridades. Están experimentando el desafío de definir lo evidente, lo inexorable, la irredimible complejidad de explicarse a sí mismos como sujetos colectivos moldeados en un universo cultural que determinó el talante de su existir. Es 11 de noviembre del 2023 y nos encontramos de regreso en Ocaña. Estamos reunidos en un salón con campesinos del Movimiento por la Constituyente Popular (MCP). Una vez más la pericia del equipo de investigadores acaba de conseguir que los campesinos se explayen sobre la forma en que se conciben, se definan a sí mismos y expongan, desde su visión, algunas de las diferencias que guardan con otros sujetos colectivos del país.

Durante tres días hemos hablado con campesinos y campesinas del Alto Catatumbo[11]. Empezaron a serlo al interior de sus familias: estas se constituyeron en el espacio primario de reproducción de la cultura. En su interior recibieron instrucción en las labores del campo (siembra, recolección, cría y aprovechamiento de animales, etc.) y en las labores del hogar [los trabajos del hogar y del cuidado son “asignados” a las mujeres], fueron formados en los valores, en la religión y en su sentido comunitario de habitar el territorio. La oralidad y el trabajo práctico se constituyeron en los vehículos más importantes a través de los que adquirieron estos conocimientos.

Estas familias tejen comunidad [“A diferencia de lo que pasa en las ciudades, nosotros vivimos incluso a kilómetros de distancia y todos nos conocemos entre sí, estamos al tanto de los problemas de esta familia y de la otra”: campesina del CISCA.]. Siguen construyendo un entramado de relaciones sociales capaz de hacer que reconozcan, gestionen intercambios y ejerzan prácticas multidireccionales de solidaridad. Esta red de relacionamientos puede ser clave para el sostenimiento de una economía campesina en la que parte de la producción, los flujos y la apropiación de los productos agropecuarios, no se encuentra jalonada estrictamente por la oferta/demanda, ni por el ánimo de lucro propio de las economías de la ciudad. También se piensa en el sustento y la alimentación, y esta última es concebida comunitariamente, de la misma forma que el agua y los recursos del territorio.

La posibilidad de habitarlo y de reproducirse en su seno deriva de la pericia que tienen para preservar e intercambiar entre sí las semillas de fríjol, maíz, alverjas, cebollas (principales productos de la región), así como de sus conocimientos[12] para producir otros productos agrícolas para el consumo humano y para la cría de pequeños animales. Estos son sus alimentos, pero también representan el dinero que generan cuando toneladas de ellos se intercambian mediante operaciones económicas (no tradicionales) seriamente entorpecidas por las pésimas condiciones de las trochas, la ausencia de circuitos de comercialización, las fluctuaciones de sus precios en las ciudades, la avidez de los intermediarios, así como de los azares de las lluvias, las inundaciones y sequías en el campo de los que parece protegerlos solo su Dios, las vírgenes y los santos[13].

Su soledad al enfrentarse a decenas de variables que impactan directamente en sus prácticas de producción/reproducción, ha hecho imprescindible que deban organizarse para solucionar problemáticas que surgen y para contener las afectaciones por el abandono persistente de los gobiernos y del Estado. Ambos siguen siendo metáforas de una “democracia” sufrida en el territorio porque al desplegarse en forma de poder se ha infligido la estigmatización, represión, asesinato y el desplazamiento; las ausencias de carreteras, centros de salud, unidades de asistencia agropecuaria, servicios públicos esenciales, escuelas en condiciones dignas, infraestructuras básicas comunitarias, por otro lado, testimonian la ausencia persistente de las instituciones en el territorio y del ejercicio del otro tipo de poder (desconocido) sobre el que se erige la legitimidad democrática. Son campesinos del Alto Catatumbo sobrevivientes de infortunios por la fuerza de sus habilidades y capacidades de producir, gestionar problemas en conjunto y entenderse con grupos armados que siguen “echando raíces” en el territorio.

En ocasiones victimarios, pero casi siempre víctimas, han tenido que asumir colectivamente las defensas de la vida y del territorio. Por ello se ha hecho necesario negociar con agrupaciones armadas que históricamente han suplido varios de los roles del Estado, pactando condiciones de convivencia y compartiendo el ejercicio de gobernanza territorial. También han constituido órganos como la Guardia Campesina que surgió en el Catatumbo durante el 2012, como una apuesta de organización para otorgar seguridad a campesinos y campesinas, velar por sus derechos, salvaguardar su autonomía y garantizar su protección a través del uso de la fuerza, en caso de que fuese necesario.

Son gentes cristianas, católicas y protestantes que han aprendido a coexistir entre sí[14]. En su discurso no cesa de filtrarse su Dios o la virgen, menesterosos ante las indeterminaciones de vivir y celebrar[15] la vida sin conocer el significado de la palabra seguridad, percibir la ley o experimentar una presencia incluyente del Estado. Son apasionados de la carranga como cualquier habitante de la Boyacá rural. Sus aires ponen el compás al Baile de la Machetilla, cuya ejecución nos dicen que nunca falta en celebraciones colectivas en el territorio.

Al hablar de fiestas los campesinos del MCP nos han preguntado entre sonrisas si hemos probado el “Bola de Gancho”, o como dirían otros “bolegancho”. Este es el nombre que recibe un aguardiente tradicional muy común en la región. Se elabora a partir de la fermentación y destilación de la panela perfumada con anís. Suele venderse macerado con hojas de coca o de marihuana, plantas que le confieren propiedades adicionales a este producto legendario, cuyos efectos etílicos los campesinos no han cesado de proclamar, estimulándonos durante cada jornada para que los probemos antes de partir de la región.

El tejo, el consumo social de cerveza y el futbol, practicado apasionadamente desde potreros hasta en canchas hechas por la comunidad, entretienen la vida del campesino en el Alto Catatumbo. Estos constituyen espacios de congregación en torno a los cuales confluyen personas, se esparcen y recrean en el territorio. La comida también los une cuando se comparte en espacios comunitarios, organizativos o de celebraciones. Es comida de “peso”: rica en carbohidratos de origen vegetal[16], grasas y proteínas animales, escasa en verduras (excepto cebollas, cilantro y ajo) y con mucho sabor. Se sirve con generosidad y siempre es posible, además recomendado, repetir. Esto se asume como una demostración de satisfacción con el alimento y de agradecimiento con el cocinero o cocinera que los ha preparado.

Para los dolores del cuerpo y el alma o para meterle manos al destino, se acude a los yerbateros, sobanderos y rezanderos que aún siguen existiendo en los territorios campesinos. Sus conocimientos son bastante considerados, algunos de ellos, incluso, se han granjeado un respeto bastante parecido al miedo por la efectividad de sus trabajos y por las historias sobrenaturales que la tradición oral sigue narrando en torno a ellos. Las parteras se encargan de acompañar las gestaciones, asistir los partos o remitir a las gestantes a la ciudad cuando estas “se complican” o ven que excede su manejo.

Habitan pieles de diversos colores, desde las más claras hasta las más oscuras, sin embargo, todos se expresan con una similar cadencia en la voz, hablando con palabras comunes y expresiones compartidas, en un mismo acento. Es el propio de las alturas del Catatumbo, en el que tres organizaciones han promulgado la solidaridad y la organización como pilares de su pervivencia común en el territorio y de la preservación de este como garantía sine qua non para la existencia de la cultura que alberga.

Esta forma de “ser” campesino que tiene su epicentro en las montañas del Catatumbo está embebida de sus rasgos: vive, actúa, a partir del despliegue cotidiano de sus características. Los campesinos y campesinas se reconocen como parte de un sujeto colectivo “desde adentro” como quien reconoce que piensa y respira, muy poco “desde afuera” como lo hace el Instituto Colombiano de Antropología e Historia con su conceptualización, desde la cuál seguimos pretendiendo que nos respondan y persistimos en constatar deductivamente.

Ahora, cuando los miembros del MCP siguen desarrollando una exposición bastante ordenada de los conflictos y de las problemáticas que afrontan los campesinos del Alto Catatumbo, se hace claro que en el trasfondo hay una exigencia por un reconocimiento que no solo implica que se contemple adecuadamente su adscripción a un sujeto colectivo que ahora tiene derechos subjetivos, culturales y materiales [territorialidad], sino que también sean incluidos desde allí al proyecto de nación del que han estado desde siempre, más o menos, marginados.

Los conflictos que desafían la identidad

Estamos en la tarde del 11 de noviembre del 2023 en el salón de eventos de un modesto hotel en Ocaña. Los campesinos han tomado la palabra y sucediéndose entre sí exponen casi a borbollones, mientras tratamos de registrar lo sustancial en su discurso. En esta oportunidad hablan de los conflictos que enfrentan en sus territorios. De la misma forma lo hicieron los campesinos de ASUNCAT y del CISCA en días anteriores, lográndose con todos los aportes construir un panorama de las conflictividades que desafían al “ser” campesino en el Alto Catatumbo. Consideramos hablar en clave de desafíos pues no existe una amenaza inminente de “desnaturalización” de la cultura de quienes lo habitan. Sin embargo, frente a los siguientes factores ¿Cuáles serían y cómo podrían estimarse los impactos de su mutua interacción, profundización y prolongación en el tiempo? ¿Es posible que siga siendo viable la cultura si se altera lo suficiente para que no sea sentida “desde dentro” como hoy la sienten los campesinos o percibida “desde fuera” como la lee la academia? ¿Podrá seguir preservándose el territorio y la sustentabilidad de las comunidades que lo habitan?

Conflictividades identificadas en los campesinos del Alto Catatumbo

  • Palma africana: la describen como un “mal” que ya se ha apoderado del bajo Catatumbo, suplantando los cultivos tradicionales, estimulando la concentración de la tierra, succionando toda su humedad y volviendo estériles los suelos.  Se mira con recelo, se dice que avanza transformando a campesinos en “obreros del campo” que trabajan por jornal, poniendo en riesgo la soberanía alimentaria de los territorios.
  • Cultivos de ciclo largo: durante muchos años, la escasa política de asistencia estatal a los campesinos se dirigió a estimular mediante préstamos y asesorías técnicas los cultivos de ciclo largo en la región. Esto influyó en que proliferaran cultivos como la palma africana, café y cacao, situación que impactó negativamente en los campesinos pues favoreció la concentración de la tierra (considerando las extensiones que requieren este tipo de cultivos), al tiempo que dejó marginados a minifundistas que no contaban con grandes predios, ni con la solidez financiera para esperar durante dos o más años que su cultivo empezará a producir.
  • Despojo y concentración de tierra: la concentración por despojo [desplazamiento forzado] ha sido habitual en la región. Esto lleva consigo la necesidad de expulsar a los campesinos del territorio a través del exterminio físico, de amenazas, perturbando condiciones materiales (acceso al agua, a caminos) o impidiendo la movilidad (restricciones), factores que impactan en la capacidad de producción/reproducción que tienen en el territorio.
  • Crecimiento de la población/nulo crecimiento de la tierra: consiste en el crecimiento demográfico de la población que induce progresiva y acumulativamente una mayor presión sobre la tierra sin que aumente la extensión que se posee o se introduzcan mejoras técnicas/tecnológicas para incrementar su productividad.
  • Vocación migrante de los jóvenes: las dificultades experimentadas en los territorios para generar recursos económicos destinada al consumo no esencial, aunada a la imposibilidad que encuentran los jóvenes para satisfacer sus demandas por servicios educativos, los consolida como lugares expulsores de población. La población joven migra y se establece permanentemente en espacios urbanos de la región o fuera de ella (incluso fuera del país). La población de niños y de adultos mayores se vuelve significativa en términos poblacionales, pero no la población en edad de trabajar.
  • Crisis de la coca: son bien conocidos los efectos de los cultivos ilícitos sobre la conflictividad, el medio ambiente, la soberanía alimentaria y la economía campesina (comunitaria). No obstante, los cultivos ilícitos siguen siendo la única alternativa para que muchos campesinos del Alto Catatumbo sobrevivan en los territorios. Estos mismos campesinos se han visto afectados por la disminución del precio de la base de coca en la región y la drástica disminución de su demanda que se ha dado, “como nunca antes había sucedido”, desde el inicio del gobierno de Gustavo Petro[17]
  • Conflicto armado: sus efectos en el territorio remiten al despojo, la muerte, la violación, la desaparición, el miedo, las heridas en el cuerpo y en la psiquis del campesinado [entre otros tantos agravios]. La confluencia del ELN, disidencias de las FARC, el EPL y otros actores armados no identificados, hacen del Alto Catatumbo un territorio en permanente disputa por actores armados que siguen llenando las ausencias del Estado, constituyendo para sí territorios de retaguardia, consolidación de bases sociales, generación de ingresos [minería ilegal, coca, vacunas] y de reclutamiento.
  • Conservadurismo religioso y machismo: conflicto de orden cultural en el campesinado que se asocia a la incapacidad del mismo por abrirse a un pensamiento más “progresista”, a la invisibilización de la mujer, a la fijación de roles sociales a partir del género y las condiciones de asimetría y desigualdad que induce. La violencia contra la mujer sigue siendo una realidad que reconocen abiertamente algunas de las campesinas participantes. Es necesario también que la mujer logre una mayor representatividad en los cargos de liderazgo y representación de la comunidad.
  • Crisis de identidad en los jóvenes, “culturas de la moto y del celular”, vinculación de la juventud a economías ilegales: los jóvenes que se quedan en el territorio no encuentran en él como satisfacer necesidades de consumo y de “crecimiento” impuestas por las redes sociales y la virtualidad. La “cultura de la moto” (asociada al libertinaje de la juventud), así como el permanente contacto con redes sociales u otros espacios virtuales, son descritos como factores que estimulan a la juventud a prescindir de las organizaciones campesinas para vincularse a economías ilegales desempeñándose como raspachines, cuidadores, cocineros o militantes de grupos armados que se dedican al negocio de la coca en los territorios. Todo lo anterior hace de ellos un grupo vulnerable a la violencia o propenso al ejercicio de la misma en los territorios.
  • Minería legal o ilegal: las presiones que ejerce la minería sobre los territorios están aumentando. En algunos de los municipios del Alto Catatumbo se han adelantado exploraciones que han certificado la existencia de carbón, oro, esmeraldas y otros metales susceptibles de ser explotados masivamente; han sido otorgadas concesiones para el desarrollo de actividades de explotación que la comunidad ha logrado impedir o entorpecer [Río Tarra; Veredas el 40, Caño Eusebio, Las Timbas y Caño Mariela (Teorama y Tibú)]. Esta situación está configurando la conflictividad más aguda que se vive en los territorios del Alto Catatumbo, pues ella puede amenazar con desnaturalizar el uso del suelo, destruir los cuerpos de agua, impulsar la victimización de los líderes campesinos que se oponen y se movilizan en su contra, expulsar definitivamente a los campesinos del territorio.


[1] Considerando la topografía y el estado de esta “red vial”, es evidente que las motos son el medio de transporte más adecuado para los campesinos en la zona. Hay de todos los colores, tamaños y modelos. Pero ¿por qué algunas tienen placas de Venezuela? ¿Tienen papeles estas motos? La sonrisa del campesino a quién le hemos preguntado nos responde que en esta zona no es necesario tener tarjeta de propiedad, licencia de manejo, seguro de accidentes o de documentos que prueben que estas motos de placas blancas, han sido traídas legalmente desde el país vecino.

[2] Asesinatos, combates, desplazamientos, atentados, entre otros tantos.

[3] La “riqueza” que albergan estas montañas se percibe a flor de tierra: la superficie de los caminos resplandece ante nuestras miradas por la abundancia de minerales metálicos que contiene.

[4] Estas arepas están hechas de maíz trillado (sin descascarar), cocido y molido. Al cocinarse sobre la plancha o sobre las brasas, se forma en ellas una especie de cáscara superficial que se desprende del resto de cuerpo de la arepa. Este alimento reemplaza para todos los efectos al pan en la zona. Los cultivos que se aprecian en las montañas, permiten deducir fácilmente que el Maíz es uno de los principales productos agrícolas de la región.

[5] En las dos jornadas de actividades antecedentes, se había desarrollado un trabajo análogo en el Municipio de Ocaña con los campesinos del Comité de Integración Social del Catatumbo (CISCA).

[6] Las organizaciones son respectivamente el CISCA, la Asociación por la Unidad Campesina del Catatumbo (ASUNCAT) y el Movimiento por la Constituyente Popular (MCP).

[7] Asociación por la Unidad Campesina del Catatumbo.

[8] La ZRC acaba de ser delimitada por los campesinos y campesinas en un área conformada por la confluencia de las siguientes veredas detalladas por municipios o corregimientos: I. Ábrego: San Juan, Bellavista, El Llanon, San Luis, Hoyo Pilón, Los Milagros, La Motilona, Potrero Nuevo, La Trocha, Vega del Tigre, Las Vegas, San Vicente, Los Higuerones, La Arenosa, Los Osos, La Aguada, La Sierra, Los Mortiños (Buscar, analizar y revisar), Los cedros, El Remolino, Urama, Quebrada de Paramillo, Brisas del Tarra, El Tarra, Palmira, Fracción Pavéz, Lindero Pavéz, Bajo Pavéz, Canutillo, El Guamal; II. La Playa: Todas sus veredas con excepción de:  La Honda (parte entra y no entra) y Piritama (parte entra y no entra). Se presentaron además las siguientes adiciones y modificaciones: vereda Alto de la Peña se incluye, pero se llama realmente Mesa Rica Parte Baja. Entre Mesa Rica y Rebentón (Bajo y Alto) se incluye la vereda Cumaná. La Ternera lleva por nombre verdadero La Ternería, La Vereda Clavelino lleva por nombre verdadero Clavellino; III. Bucarasica: El Espejo, Cascajal, El Silencio, San Antonio, La Curva (Sin el Centro Poblado), Pueblecitos, La Ciénaga, Bijagual (Buscar, analizar y revisar), Cotelamos (Buscar, analizar y revisar), Las Indias. Precisiones: La Curva es un corregimiento conformado por las veredas: Cotelamos, Santa Inés, San Antonio, Pueblecitos, Bijagual y El Cauquita. Todas estas se incluyen, pero no se incluye el centro poblado de La Curva.

[9] Aunque las ZRC son una figura existente desde 1994 con la Ley 160, distintas organizaciones campesinas (entre ellas el CISCA) han buscado la constitución de otras formas de determinar el territorio. Bajo ese contexto, los TECAM, aunque recientes en la vida jurídica del país (art. 359, Ley 2294 de 2023), desde su origen se han concebido como una figura que campesinos y campesinas a partir de un Plan de Vida Digna puedan determinar y decidir sobre el territorio como autoridades del mismo.

[10] El ejercicio con los campesinos del CISCA permitió delimitar ocho (8) zonas a partir de la confluencia total o parcial individual de veredas de lo siguientes municipios:  Tibú: 1. Comprendido por la Vereda kilómetro 23 y Los Dos Amigos. Es posible que se puedan sumar las veredas Galán, Campo Raya Bajo y San Luis Beltrán. 2. Comprendido por la vereda La Pista; El Tarra: 3. Comprendido por las veredas Los Cerros, El Salado, Buenos Aires, La Fría, Tarra Sur, Santa Cruz y Brasitos; Hacarí (Área Continua): 4. Comprendido por las veredas Maracaibo, Buena suerte, Las Juntas, Los Caliches, San José de El Tarra, Carriza, La Playa, El Rebentón, Mesa Rica, Guayabón, La Vega de San Antonio, San Juan, Bellavista; San Calixto: (Área Continua) 5. Comprendido por las veredas de Santa Catalina, El silencio y La Quina; Convención (Área Continua): 6. Comprendido por las veredas Honduras – La Motilona, la Trinidad y Los Limos, Agua Blanca; Sardinata (Área Continua): 7. Comprendido por las veredas El Guamo – San Miguel, El Zulia (Cerro Gonzáles), Miraflores; Teorama (Área Continua): 8. Comprendido por las veredas La Pedregosa, Vegas de Oriente, El Diamante, Filo Guamo, Santa Inés Baja, Aserrío, Piedras de Moler.

[11] Denominamos esta región como Alto Catatumbo para diferenciarlo de las tierras planas. Esta zona está comprendida entre alturas que oscilan entre los 1.000 m.s.n.m. y 3.600 m.s.n.m., tiene una topografía discontinua, diversidad climática y ecosistémica, población rural con alto grado de dispersión y poco o nulo acceso a servicios públicos y de conectividad. El Alto Catatumbo difiere sustancialmente en muchos de sus rasgos (económicos, sociales, conflictividades) del bajo Catatumbo, constituido por planicies que se extienden a lo largo de la cuenca del Río que lleva el mismo nombre.

[12] Son conocimientos ancestrales que se basan en el dominio de las temporalidades de lluvias y sequías, de la luna, de los vientos y de los ciclos de los cultivos. 

[13] Al momento de nuestra visita aún sigue construyéndose un puente de metal sobre el río Tarra luego de que el pasado 31 de mayo del 2023, una avalancha arrasara con el puente original y con casi todas las viviendas e infraestructura comunitaria de las veredas de Remolino, Paramillo, Brisas del Tarra y El Tarrita del Municipio de Ábrego. Aún pueden apreciarse los techos de las edificaciones sepultadas en el barro mientras los campesinos siguen esperando las ayudas del Gobierno que nunca llegaron, encontrando soluciones en los recursos que dispuso la administración departamental y en la solidaridad comunitaria.

[14] En muchos de los participantes aún resuena el bofetón que le suministró el pastor protestante de una vereda contigua a La Sierra, al cura que oficiaba los servicios religiosos en el pueblo. Lo cuentan entre risas. Fue la máxima expresión de desacuerdos que hace poco más de 30 años, sembraron tensiones en el campo religioso conformado por los campesinos. Hoy, dicen, que estas disputas se han saldado y “las religiones”, coexisten pacíficamente entre sí.

[15] Algunas de las fiestas religiosas más importantes en los municipios del Alto Catatumbo son las siguientes celebraciones patronales: Santa Catalina (Aspasica, 25 de noviembre); Virgen de las Mercedes, (La Playa, 23 de septiembre); Santa Barbara (Ábrego, 4 al 7 de diciembre); San Antonio (La Vega de San Antonio, 13 de junio), La Virgen del Carmen (El Tarra, 16 de julio). Otras festividades importantes son: el Festival de la Panela en Convención (29, 30 de Julio); Ferias y Fiestas de El Tarra (26, 27 y 28 de noviembre); Carnavales de Ocaña (4,5 y 6 de enero), Santa Barbara en Ábrego (4 de diciembre). El 19 de diciembre es la fiesta del divino niño y se celebra en varios de los centros poblados del Alto Catatumbo.

[16] El arroz, la yuca, el plátano, la papa y la arracacha, suelen servirse en conjunto en platos secos, guisos o sopas.

[17] El motivo principal de la caída de los precios de la pasta base de coca, para los campesinos, se encuentra directamente relacionada con la caída (o entrega) de Otoniel, ex jefe del Clan del Golfo. Con él también cayeron las principales rutas de comercialización. También dicen que Gustavo Petro logró romper la cadena de custodia de la droga al haber expulsado a más de 60 militares de alto rango al asumir la presidencia, situación que también afectó el tráfico y el precio de la droga “…porque se acabaron los permisos de las pistas clandestinas, las rutas”. En los territorios actualmente se percibe un control superior sobre las rutas y la movilidad de la coca. [“Si hoy llegan cada seis meses a comprar la mercancía es mucho, ante no alcanzaba la mercancía en la región para toda la demanda, se la llevaban toda”]. Un Kg de pasta base de alta pureza hoy se paga a 2.8 millones de pesos, en Ocaña se vende entre 1.8 y 2 millones; en años anteriores los precios fueron dos veces superiores y la demanda superaba ampliamente a la oferta en la región.

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